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Cristina Kirchner altera al Gabinete y largas reuniones de Horacio Rodríguez Larreta con Domingo Cavallo y Roberto Lavagna

“¿Cómo saben? ¿Cómo se enteraron?”, preguntó Cristina, entre sorprendida y enojada. Su círculo íntimo se alborotó. No tenía respuestas, mientras en los celulares de los dirigentes de La Cámpora, en el de los ministros y en el del propio Alberto Fernández se apilaban mensajes con frases del tipo “¿vos sabías que la tenían que operar?”. La vicepresidenta había guardado silencio sobre su intervención, un silencio tan misterioso como cuando con su dedo designa quién se queda afuera de una boleta para legisladores o como cuando sorprende con la difusión de un video en el que anuncia a un candidato a presidente. Quería llegar al Sanatorio Otamendi por la mañana del jueves y que recién ahí trascendiera la noticia. Esta vez no pudo ser. Clarín dio la primicia de la intervención y su humor se alteró la noche antes de llegar al quirófano. Sus asesores, como sucede cuando se publica algo que a Cristina no le gusta, hicieron movimientos para detectar la fuente. No tuvieron éxito.

En ese mismo momento, frente a los llamados de los periodistas que querían confirmar la información publicada por Claudio Savoia, los principales colaboradores de la vicepresidenta reaccionaban con las típicas frases “no estoy al tanto, pero dame un rato y te averiguo” o “no te lo puedo confirmar pero tampoco desmentir”. Buscaban ganar tiempo para que Cristina se comunicara con el Presidente y le avisara del infortunio. Lo mismo hacía Máximo Kirchner con un selecto grupo de dirigentes para el que la salud de su líder siempre está por encima de todo. “CFK y lo demás no importa nada. Fuerza Cristina”, tuitearía horas más tarde Andrés Larroque, uno de los jefes camporistas.

El hermetismo sobre su salud demuestra hasta qué punto cuida lo que hace, con quién habla y cómo se comunica. Su desconfianza no es nueva, pero ha ido en ascenso. Sus incondicionales cuentan que algo se quebró en los primeros meses de la pandemia, cuando Alberto Fernández alcanzó su pico de popularidad. Acusan al primer mandatario de haber intentado invertir las proporciones de poder fundacionales del Frente de Todos, como si hubiera violado un pacto que nadie conoce. Si hay que buscar un punto fuerte de ruptura en la relación de la dupla presidencial tal vez haya que rastrearlo por allí.

Los cristinistas son memoriosos. Recuerdan que el binomio se propuso, cuando nació la alianza que terminó con él en la presidencia, no volver a pelearse o, por lo menos, no volver a pararse en orillas distintas. Por eso hubo un segundo hecho que a Cristina le causó ira: después de su carta pública tras las PASO se enteró de que un grupito de asesores albertistas había propuesto romper la coalición y gobernar hasta 2023 prescindiendo de sus opiniones. El apuntado fue y es Gustavo Béliz.

En la Casa Rosada están acostumbrados a las maniobras de su aliada. Pero, puestos a descifrar sus pensamientos, prefieren sumergirse en lo que vendrá después de las elecciones. Los ministros están alterados. El panorama es confuso y no hay una sola lectura de lo que podría venir. Por momentos tienden a creer que Cristina y los suyos se radicalizarán desde el lunes 15 y que buscarán copar más ministerios, sobre todo el áera económica, para correr definitivamente a Alberto a un segundo plano. En otros, sin embargo, suponen que Cristina se retirará de la escena pública y que dejará a Fernández más expuesto frente a la crisis y a las medidas antipáticas que pudiera llegar a tomar para alcanzar un acuerdo con el FMI.

Un ministro de buen diálogo con Alberto (increíble que haya que decirlo así, pero ocurre que hay más de uno con el que no tiene un vínculo fluido) sospecha que parte de las cavilaciones de la vice tiene que ver con que ella tomó nota de la crisis institucional que se desató después de su carta. “Todos quedamos muy golpeados, pero ella quedó golpeada y expuesta”, dice el funcionario.

Es cierto. Un trabajo de focus groups encargado por el equipo de campaña de Diego Santilli revela que el electorado culpa a Cristina de muchos de los males del Gobierno. Es una imagen que también detectan los encuestadores del oficialismo. Y ya no es solo el electorado opositor. Hay un sector que se define como antimacrista, votante del Frente de Todos, que estaría empezando a rechazar la estrategia de que toda la culpa es de Alberto. Es minúsculo por ahora. Pero antes no existía. Cristina siempre era buena y Alberto malo.

Los altísimos niveles de inflación que alejaron como pocas aquella propuesta de campaña de volver a llenar las heladeras de los argentinos -y en especial la de los más pobres-, la suba de la pobreza, los saltos del dólar y la incertidumbre que genera el futuro desencadenaron este tipo de situaciones en el electorado. Con platita en el bolsillo sería distinto, diría Daniel Gollan.

Pero platita no hay y los economistas que trabajan a un costado y al otro de la grieta vislumbran un panorama más oscuro a partir del lunes 15. Si prospera un acuerdo con el Fondo habrá que prepararse para meses duros y, posiblemente, de contracción de la economía. Si no hay acuerdo podría ser peor.

Horacio Rodríguez Larreta presagia altísimos números inflacionarios para el 2022 y procura el armado de un plan por si le toca a él ser el sucesor de Alberto. En sus reuniones privadas ha comenzado a deslizar que el gradualismo de Mauricio Macri fracasó y que no se puede repetir la experiencia. Sus asesores sostienen que hay que llegar con un plan determinado para implementar el primer día de un eventual gobierno. No quieren hablar de shock porque les parece una palabra maldita, aunque no encuentran alguna que pueda reemplazarla.

De ese plan viene hablando el jefe porteño con una larga lista de economistas, algunos muy consustanciados con Juntos por el Cambio y otros no. En la última nómina aparecen dos nombres de peso: Domingo Cavallo y Roberto Lavagna.

Con Lavagna se reunió hace algunos meses. Para que no trascendiera, Larreta fue hasta su casa de Saavedra. La reunión duró más de dos horas. Aunque el tema inflación merodeó la conversación, el alcalde quiso interiorizarse sobre la deuda con el FMI y la negociación que encara Alberto Fernández. Lavagna consideró que el Gobierno se equivocó con la estrategia: que demoró las tratativas el año pasado en lugar de apurarlas. Dio un diagnóstico sombrío. Entre otras cosas, le dijo que esas dilaciones generaron “una bola gigante de intereses que el Banco Central está pagando con Leliqs”.

El jefe de Gobierno apuntó que en la Argentina que imagina para 2023 “hay que ir hacia la reducción del déficit fiscal”, pero se topó con una mirada con matices por parte de Lavagna. El ex ministro de Néstor Kirchner sugirió que la reducción del déficit debe ser consecuencia de haber puesto antes la economía en marcha. “Sin crecimiento y sin producción nadie lo termina logrando”, vaticinó.

Con Cavallo, Larreta se reunió en dos oportunidades. La primera hace siete meses, en las oficinas que el economista adquirió cuando dejó de ser ministro de Carlos Menem, una casa de tres plantas en Tagle y Figueroa Alcorta. Fue una charla muy extensa en la que Cavallo planteó, a pedido de Larreta, sus primeras aproximaciones sobre cómo debería encararse un plan antiinflacionario.

“Tiene que ser algo integral y no de medidas sueltas. El rumbo debe ser parecido al de Macri, pero tienen que llegar mejor preparados. Macri no tenía el diagnóstico adecuado y no tenía un buen equipo para llevarlo adelante”, dijo. Agregó que sin bajar la inflación es imposible generar empleo y reducir la pobreza y reafirmó la convicción de su interlocutor de que no es posible una salida gradual.

La segunda reunión fue tres semanas antes de las PASO. Era un encuentro que habían cerrado en un cruce casual en el aeropuerto de Houston. Ese día a Cavallo le llamó la atención que Larreta le preguntara por Javier Milei, quien lo ataca cada vez que puede. Cavallo buscó tranquilizarlo: “Una cosa es su contenido político y electoral y otro el económico. Tené paciencia. Milei puede ayudar. Tiene buenas intenciones”. 

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