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La historia del cementerio de la Recoleta: entre leyendas y majestuosas obras arquitectónicas

Son los cementerios cuna de mitos, leyendas, ofrendas arquitectónicas y dolorosas despedidas. El “lugar para dormir”, según el significado de la palabra en griego, rinde homenaje a los seres queridos (y por qué no a los olvidados) pero además representa una compleja creación que se implementó en las ciudades para evitar que los cuerpos de los fallecidos se siguieran acumulando en los jardines de las iglesias y en algunos casos en los jardines de las mismas casas. Con los riesgos epidemiológicos que derivaron en olas de cólera.

Así Napoleón Bonaparte resolvió construir el primer cementerio ornamentado con jardines. El  Père Lachaise abrió sus puertas en 1804, a pocos días de que Bonaparte fuera proclamado emperador. No pasó mucho tiempo para que naciera en Buenos Aires el cementerio de La Recoleta. Patrimonio Histórico Nacional que alberga a los grandes hacedores de la historia del país y a esas leyendas que quedaron plasmadas en el imaginario y que pasaron de boca a boca.

“Buenos Aires tiene barrio: Historia y leyenda de los 48 barrios porteños” explora la historia de este cementerio y de muchas zonas más gracias a los autores Leonel Contreras y Víctor Coviello. Editado por Planeta propone viajar en el tiempo por las calles de la Buenos Aires naciente, anecdótica e histórica que fue creciendo y transformándose.

Un fragmento del libro “Buenos Aires tiene barrio” sobre el cementerio de la Recoleta:

En 1821 un decreto del gobernador Martín Rodríguez estableció que por motivos de higiene todos los cadáveres fueran conducidos al enterratorio de la Iglesia de Balvanera. Sin embargo, no se pudo cumplir con la medida por falta de fondos para refaccionarlo.

La situación se simplificó meses más tarde, cuando en el marco de la reforma eclesiástica rivadaviana, el Gobierno resolvió el decomiso del huerto y el enterratorio que poseían los padres de La Recoleta.  Así nació el Cementerio del Norte (hoy De la Recoleta), el primero público que tuvo la ciudad e inaugurado el 17 de noviembre de 1822.

Su diseño fue idea de Próspero Catelin y los primeros fallecidos que recibió fueron el Párvulo Liberto Juan Benito y la joven Dolores Maciel. Hacia 1828, en tiempos de la gobernación de Manuel Dorrego, alcanzó su perímetro definitivo.

Su fisonomía actual se definió en 1881. Fue cuando las principales familias porteñas decidieron levantar suntuosas bóvedas dentro de aquel «gran panteón» que el intendente Torcuato de Alvear encargaría reconstruir a Juan A. Buschiazzo, quien proyectó el peristilo y el muro perimetral que lo rodea.

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Los lujosísimos sepulcros que se construyeron a partir de esa reforma tuvieron una muy cercana relación con el pensamiento renacentista predominante en toda la Europa de fines del siglo XIX y especialmente en la Italia saboyana: la gloria terrenal se continuaba con la celestial a través de la representación de la unión de ambas en los panteones. No es casual que muchas bóvedas de La Recoleta hayan sido calcadas de otras existentes en el Cementerio de Staglieno en Génova, como la de los Dorrego Ortiz Basualdo, copia exacta de la de la familia Montanaro.

Desde su refundación, el Cementerio de la Recoleta (llamado así desde 1949) fue elegido por escultores de renombre internacional. Arquitectónicamente, está considerado una de las tres necrópolis más importantes del mundo junto con Père Lachaise de París y Staglieno.

Es visto como un Gran Panteón Nacional donde descansa la mayoría de las grandes personalidades argentinas de los siglos XIX y XX. Es, además, un Monumento Histórico Nacional que contiene a otros noventa monumentos nacionales.

Están enterrados entre otros: Carlos María de Alvear, Nicolás Avellaneda, Guillermo Brown, Manuel Dorrego, María Eva Duarte de Perón, Raúl Alfonsín, Remedios de Escalada de San Martín, Juan Lavalle, Bartolomé Mitre, Juan Martín de Pueyrredón, Juan Facundo Quiroga, Julio A. Roca, Juan Manuel de Rosas, Cornelio Saavedra, Domingo Faustino Sarmiento e Hipólito Yrigoyen.

El Cementerio guarda muchos mitos y leyendas. Uno de los más conocidos es el de Rufina Cambaceres, hija del célebre escritor Eugenio Cambaceres y fallecida en 1902, el día que cumplía 19 años.

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Según la leyenda, Rufina estaba frente al espejo de su cuarto probándose una joya, cuando tuvo un ataque repentino y cayó muerta en brazos de su madre. La sepultaron en La Recoleta, pero a los pocos días comenzó a circular por Buenos Aires la noticia de que en realidad había sufrido un ataque de catalepsia y había sido enterrada viva. No obstante, y aunque siempre las leyendas urbanas terminan sobreviviendo ante cualquier duda o prueba, todas las variantes son refutadas por la familia, que sostiene con fundamento que el hecho no ocurrió y que la historia fue creada en Europa con malicia.

Entre otras historias del cementerio se encuentra la de Alfredo Gath, dueño de las tiendas Gath & Chaves, quien habría pedido que, ante la incertidumbre de ser enterrado vivo, se colocara en su bóveda un dispositivo eléctrico que permitiera abrirla por dentro.

O la de David Alleno, cuidador del cementerio que trabajó toda su vida con el único fin de costearse su propia bóveda y una vez construida se habría suicidado para poder habitarla.

Una de las leyendas urbanas más conocidas en Buenos Aires también está vinculada al Cementerio. Hablamos de la de la Dama de Blanco de la Recoleta: una noche, un muchacho conoce a una chica muy pálida y vestida de blanco, en la esquina de Vicente López y Azcuénaga y la invita a bailar. A la salida del local bailable, ella tiene frío y él le da su abrigo. Él la intenta besar.

Sin embargo, ella se niega y corre hasta el portón del cementerio, e increíblemente entra a pesar de estar cerrado. El joven le pide al sereno que por favor lo deje pasar. Finalmente lo logra y al ingresar, encuentra una tumba con su abrigo sobre la lápida. Al levantarlo, lee la inscripción con el nombre de la chica que había conocido.

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