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24 horas en el SMN: Clarín con la mujer que hace 40 años mira el cielo y sufre si falla un pronóstico

“Tiritan azules, los astros, a lo lejos”. De chica, Alicia Cejas miraba el cielo, sabiendo que quería dedicarle su vida. ¿Será que una estrella fugaz escuchó sus deseos? Corrían tiempos de dictadura, ella era chica, vivía en Quilmes. No tenía dinero, ni contactos, pero la meteorología —otra vez, el famoso Poema 20 de Neruda— “buscaba el viento para tocar su oído”.

Cejas habla con Clarín desde su lugar de trabajo: el primer piso del edificio principal del Servicio Meteorológico Nacional (SMN), en Palermo, rodeada de computadoras con imágenes dinámicas y coloridas, a las cuales sus ojos se dirigen permanentemente. Allí realiza la coordinación de pronósticos nacionales.

Se encarga, en equipo con otros veinte pronosticadores, de generar los sistemas de alerta temprana —que dan a conocer a la población los distintos eventos que impactarán en las siguientes 24 a 72 horas— y garantizar la seguridad para la actividad marítima.

Cada pantalla representa una función específica: muestra los caóticos cambios en la atmósfera, el avance de los vientos y otros fenómenos clave de la extensa y heterogénea Argentina. Las interpretaciones derivan de cuentas matemáticas, modelos y acalorados debates. “Presión” tiene, aquí, significados múltiples y muy concretos. Cada conclusión o lectura conlleva consecuencias.

La sede principal del Servicio Meteorológico Nacional está en Ciudad Universitaria. Foto Andrés El D’Elia

La historia personal de Alicia se entrelaza con la historia reciente de la institución, a la que dedicó sus últimos 43 años. Transformaciones tecnológicas, crecimiento profesional, nuevas responsabilidades, hijos: todo es parte del mismo combo. “El Servicio es parte de mí, de mi familia… es el lugar al que pertenezco”.

Entró a su “segunda casa” a los 18. Necesitaba un trabajo, pero no sabía qué profesión quería seguir. Cuando todavía estaba en el secundario, un test vocacional del Hospital Borda la ayudó a entender lo que, quizás, ya intuía.

En el colegio la desalentaron. Le plantearon que para entrar al SMN necesitaría “una palanca más grande que el Obelisco”. También debió escuchar que el trayecto entre la zona sur del Conurbano y la Ciudad Universitaria de la Universidad de Buenos Aires (UBA) era demasiado largo y le haría imposible cursar la carrera.

La psicóloga que la atendía le dijo algo que lleva siempre en su memoria: “Dentro de 30 años, cuando te preguntes por qué no perseguiste lo que te gustaba, vas a darte cuenta de que todas las excusas eran inválidas”. 

El SMN cumple 150 años y Clarín recorrió su edificio principal. Foto Andrés D’Elia

El azar la acompañó, “contra todo pronóstico”. Un día, en la escalinata de la Ciudad Universitaria, empezó a charlar con una desconocida, que le comentó que estaban buscando personal administrativo en el SMN, que entonces dependía de la Fuerza Aérea.

“Eran épocas difíciles, me investigaron a mí, a mi familia, a mis vecinos. Empecé como perito mercantil, después pasando cartas, realizando tareas más simples, otros tipos de análisis”, cuenta. Su primer acercamiento al trabajo que hoy la ocupa fue en la llamada “central de alturas”, donde los meteorólogos se dedicaban a estudiar la atmósfera.

Todavía no había modelos numéricos, ni satélites. “Se hacía todo a pulmón. Hay que perfeccionarse constantemente, hacer cursos, capacitaciones, sino la tecnología te lleva puesta”, reflexiona.

Para Alicia no hay Navidad, ni cumpleaños. Mantiene reuniones diarias con sus colegas a las 15.30. “Trabajamos los 365 días del año, no es para cualquiera”. Cerca de ella, hay una compañera que está allí hace 29 años; otra, hace siete; y la más novata, que ingresó el año pasado.

Hay herramientas de análisis, modelos, escalas y la experiencia juega un rol fundamental. Aunque no siempre alcanza. Puede haber un diagnóstico errado, una medición incorrecta, un dato faltante, equivocaciones en los modelos físicos y matemáticos o malentendidos por cuestiones relacionadas con la comunicación (como cuando se habla de lluvias o nubosidad “aisladas”).

Para poder llegar a la elaboración de pronósticos hay muchos instrumentos que trabajan en simultáneo. Foto Andrés D’Elia

El porcentaje de acierto dentro de las 24 horas cambia según el lugar y la variable que se mire (precipitaciones, temperaturas, etcétera). Pero se mantiene, en términos generales, entre un 85 % y un 92 %. A nivel subjetivo, para la sociedad, los porcentajes se perciben de forma diferente: a partir de lo que determina el SMN, las personas planean su jornada, eligen cómo vestirse.

—¿Qué sentís cuando un pronóstico falla?

—Mal. Más allá de que fallaste en tu diagnóstico, sentís que fallás hacia afuera, aunque siempre ese error tenga una explicación. Yo repito que en nuestro trabajo todos los días rendimos exámenes. Si sale mal un pronóstico, se entera todo el mundo. Manejamos una geografía tan grande y diversa, que podemos decir que hay chaparrones en la zona de Aeroparque y por ahí pasa en Belgrano. Para nosotros es un buen pronóstico, pero tal vez para la gente no.

Igualmente —aclara— nunca se arrepiente de su vocación. Porque brinda un servicio y, en cierto sentido, “desafía en forma diaria a la naturaleza”.

Cómo se hace un pronóstico meteorológico

En el SMN hay más de mil empleados. El edificio central cuenta con varios pisos y oficinas, y mucho más que monitores. Para poder llegar a la elaboración de pronósticos hay muchos instrumentos —de distintas complejidades y antigüedad— que trabajan en simultáneo, como “paso previo”.

El SMN tiene 1.000 empleados en todo el país. Foto Andrés D’Elia

En el enorme predio conviven métodos de observación convencional con estaciones automáticas. Además, allí se calibran los instrumentos a nivel regional.

Sus trabajadores comparan su labor con la de los médicos, porque tienen la alternativa de hacer un “diagnóstico acotado” —controlando la tos y escuchando los pulmones— , o pueden “pedir imágenes y radiografías”.

Para hacer ese “diagnóstico completo”, el SMN recibe la información de la red de estaciones meteorológicas (que toman los datos del tiempo en cada lugar del país), así como datos del satélite y los radares.

A partir de allí, se elaboran “distintos productos”: desde los pronósticos para los próximos 3 a 7 días; u otros para sectores productivos, como el agropecuario. También se formulan pronósticos a largo plazo: los estacionales, por ejemplo, muy usados por el campo. Es posible, incluso, proyectar un pronóstico para la próxima década.

Pedro Lohigorry, coordinador de pronósticos inmediatos y especializado en fenómenos severos. Foto Andrés D’Elia

Coordinador de pronósticos inmediatos y especializado en fenómenos severos, Pedro Lohigorry explica el tema como nadie. Su sección emite el aviso a corto plazo —una o dos horas antes— de tormentas y monitorea cenizas volcánicas en la atmósfera.

—¿Qué elementos involucra tu trabajo?

—El instrumento principal para los avisos a corto plazo es el radar meteorológico. Lo que hace es tomar imágenes, “fotos”, cada diez minutos, a 240 kilómetros alrededor de donde está ubicado. Muestra cómo se mueven las tormentas y qué tan intensas son. Como una radiografía, ves si esta tiene indicio de granizo o de lluvia muy fuerte. Después está la imagen del satélite meteorológico, que baja en tiempo real la información que mide el sistema meteorológico de Estados Unidos, el cual gira a la misma velocidad que la Tierra.

Él está parado, precisamente, frente satélite receptor. Parece haber un gran contraste entre los instrumentos de la estación meteorológica —que consta de termómetros, un termógrafo, un barómetro, un pluviómetro, un anemómetro y un veletas, para nombrar algunos elementos— y este monstruo blanco e imponente.

La tecnología de radar facilita, incluso, atravesar las nubes. Foto Andrés D’Elia

Pedro subraya que cada instrumento tiene su función. La observación convencional con termómetros de mercurio, por ejemplo, permite mantener una trazabilidad: conseguir registros a lo largo del tiempo. Así, se puede saber qué tanto se modificó la temperatura e incidió el cambio climático (“ciencia, no opinión”). El SMN tiene estaciones centenarias distribuidas en el país. Hay otras que se valen de sensores electrónicos.

La tecnología de radar facilita, incluso, atravesar las nubes. En Argentina empezó a usarse en Mendoza —con menos sofisticación que la actual—, en la lucha antigranizo de la década del ’60. Hace más de 40 años, se instaló otro en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, que se operaba en conjunto con el Servicio. Hoy, luego de un impulso inicial del INTA, existe un sistema nacional de radares meteorológicos en expansión, apoyado por el Ministerio de Obras Públicas.

Claudio Arancibia, responsable de coordinación de laboratorio e instrumental del SMN junto al túnel de viento. Foto Andrés D’Elia

Nuevamente, surge la pregunta: ¿qué les dicen sus amigos, sus familiares cuando le “pifian” con un pronóstico? “Toda la población, en mayor o menor medida, se vale de la Meteorología. A veces recibimos cargadas y, otras, felicitaciones. Es parte del trabajo”, sintetiza Pedro.

Cómo es el túnel de viento que funciona en el SMN

Por último, antes de salir, se cruza Claudio Arancibia, responsable de coordinación de laboratorio e instrumental del SMN. En otras palabras, del equipo que calibra todos los instrumentos que se utilizan en el campo, aeropuertos y estaciones meteorológicas de todo el país. Muestra el “chiche” más sorprendente del lugar: un enorme túnel de viento de características cerradas, dentro del cual se colocan los anemómetros o instrumentos para medir velocidad y dirección del viento.

Escuchar a Claudio detallar con tanta pasión los pasos que requiere el sistema y los cuidados que precisa la estructura para sostener altos estándares de calidad, normados a nivel mundial, obliga a cuestionar las posibles críticas que la población dirige a veces hacia los meteorólogos.

El túnel de viento cerrado, dentro del cual se colocan los anemómetros o instrumentos para medir velocidad y dirección del viento. Foto Andrés D’Elia

El SMN cumple 150 años. Con equipos de hace un siglo o con tecnología de punta, en guardia las 24 horas, ellos y ellas están vigilando absolutamente cada fenómeno, en cada rincón del país y sus aguas. Y esa tarea jamás debe ser opacada por algún chasco o un asado que no fue.

MG

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