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La Selección y los motivos del papelón: jugó mal y tuvo mala suerte pero también subestimó el partido

En su debut en el Mundial de Qatar, Argentina cayó 2-1 ante Arabia Saudita, en la previa el rival más flojo del grupo. ¿Y ahora?

22/11/2022 10:10

Actualizado al 22/11/2022 10:10

Como si los planetas se hubieran alineado en contra, la Selección perdió el partido que nadie pensaba perder. ¿Por qué perdió? Creo que se conjugaron tres factores, que esos tres planetas malignos operaron en simultáneo: jugó mal, subestimó el partido y tuvo mala suerte.

El equipo no tuvo juego. Ausentes las famosas “pequeñas sociedades”, la idea de dominar tenencia y terreno nunca prosperó. Se sabía cómo iban a jugar los árabes. Dos líneas de cuatro en poco espacio, entonces lo más recomendable era buscar el cambio de frente y la profundad por afuera. Se intentó, no funcionó. Y no hubo Plan B, agravado por bajísimas actuaciones individuales.

Messi debe haber jugado uno de sus partidos más flojos en su larga trayectoria en la Selección y eso que no fue maltratado con faltas, apenas contenido con marcas escalonadas. Más viejo que el viento. Ahora bien, con Paredes estático, con De Paul errático, Gómez de ratitos y Di María sin desborde y mal con la pelota, el 10 tampoco tuvo con quien jugar, si lo hubiera intentado. No fue líder de juego, desde ya.

El gol apenas empezado el partido gracias a un penalcito que habría que agradecer pareció que el estreno iba a una goleada cómoda. Los jugadores dieron esa sensación, jugando a dos por hora, esperando ese segundo gol y ese tercero que tarde o temprano llegaría. Llegaron pero el VAR es impiadoso. ¿Y entonces qué? Siguió esperando mansamente que las peras cayeras del árbol pero se olvidó de sacudir el árbol. Las peras no cayeron.

Y tuvo mala leche dos veces. En esos offsides de microscópico, bien sancionados según el nuevo sistema. En esa tapada del arquero saudita a los 2 minutos al zurdazo de Messi. En la ráfaga de siete minutos en que se pasó del 1-0 tranquilo pero insuficiente al 1-2 ilevantable porque la voltereta del resultado agrandó al adversario y, por el contrario, pasmó el espíritu rebelde de la Selección. Y tuvo mala suerte en la definición de las pocas jugadas a fondo que creó cuando buscaba el empate.

Todas las alarmas están encendidas. Se jugó mal. Hubo rendimientos pobrísimos y la matemática señala que la clasificación a octavos se complicó demasiado y demasiado temprano, incluso con cualquier resultado de México y Polonia, a la sazón, los rivales que parecían más difíciles. Se dio por hecho que los tres puntos iniciales estaban en el bolsillo. Ahora no. Ahora hay que remar. Y parece que el mar se transformó en un océano de dulce de leche.

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