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Noemí Luna de Aranda, una vida con profunda vocación de servicio

El adiós a la esposa de uno de los accionistas de Clarín que desarrolló una intensa actividad solidaria.

01/02/2023 15:54

Actualizado al 01/02/2023 15:54

Noemí Alma Luna de Aranda, que falleció el último día de enero en Buenos Aires, era para todos Mimí. Una mujer cálida y sobria, una madre con todas las letras, una abuela amorosa, una trabajadora incansable.

Nacida en Bahía Blanca un 16 de mayo, al terminar la secundaria recaló, como era usual entre los estudiantes del interior, en la capital provincial. Allí se conocieron con José Aranda, accionista del Grupo Clarín, cuando ambos eran estudiantes en la Universidad Nacional de La Plata. Mimí había optado por Medicina, una elección que preanunciaba su vocación de servicio y el vínculo que a lo largo de su vida tuvo con el cuidado de la salud, más allá de que la vida la llevó por otros rumbos.

Lo que trascendió décadas y vicisitudes fue su amor con José, el que solo pareció fortalecerse con el paso del tiempo. Desde aquel matrimonio celebrado el 24 de julio de 1970 en Juan José Paso, el pueblo cercano a Pehuajó del que son oriundos los Aranda, hasta esos primeros años de casados cuando se fueron a vivir a Montevideo, donde José era funcionario de un organismo internacional.

Fueron los años en los que llegaron Alma y Antonio, justo antes de volver a la Argentina donde José había decidido ingresar a Clarín como gerente de finanzas, de la mano de una experiencia singular que involucraría a un grupo de amigos de Ciencias Económicas. Ese equipo pronto se transformaría en una familia ampliada, que solía compartir no sólo largas jornadas de trabajo, sino los fines de semana y cada uno de los acontecimientos personales y familiares que los marcaban.

En esos años, Mimí fue artífice central de la arquitectura familiar de los Aranda y también de esa familia ampliada. Con José vivieron, de algún modo, muchas vidas en una. Pasaron pruebas difíciles: desde cuestiones de salud complejas hasta aquel atentado en su domicilio a mediados de los 70, cuando vivían a la vuelta de Clarín. Pero la resiliencia fue también su sello, y de algún modo esas pruebas los unieron más y los ayudaron a transformarlas positivamente, a abrir nuevos caminos y oportunidades. A crear, a dar amor, a construir, a dar trabajo.

Mimí fue un ejemplo de entrega incondicional a su familia, con un amor a José inescindible del que sentía por sus hijos, Alma y Antonio, con los que atravesaron de la mano grandes desafíos y momentos de enorme felicidad. Amor que se trasladó a sus nietos, que aún a la distancia eran la luz de sus ojos en los últimos años. Mimí fue la columna silenciosa, la piedra angular de una familia querida y respetada por todos los que interactúan con ella. En Buenos Aires, en Pilar, en Corrientes. En cada lugar donde la vida los puso con José -o donde ellos mismos echaron raíces- dejaron su sello de compromiso, de trabajo, de apuesta por el bien común.

El Hospital Italiano de Buenos Aires, a través de su área de pediatría, que tanto les había brindado, también recibió de ellos esa vocación multiplicada. La creación de FUNI, Fundación por los derechos del Niño, que los tuvo como inspiradores y gestores incansables, permitió que miles de chicos y chicas pudieran ser atendidos en Buenos Aires de enfermedades complejas con la tecnología más avanzada.

En definitiva, una vida plena e íntegra, guiada por el amor y la fe. Con múltiples aristas, silenciosas e íntimas muchas, generosas y comprometidas todas, que supo vivir para los demás antes que para sí misma.

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