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Wu-Tang Clan: el debut argentino de los siete samuráis del hip hop

En el Luna Park, el colectivo de talentosos raperos que revolucionó el género en los ’90 dio una prueba de su todavía vigente gracia.

En la previa, por la esquina Corrientes y Bouchard, las gorritas, capuchas, remerones, humaredas y diferentes actitudes (no tan) juveniles le ponían un poco de picante al cuadro. Ahora que los recitales internacionales parecen estar hegemonizados por un público ABC1, pulcro y paciente para hacer colas virtuales y pagar campos VIP, este cuadro referido, que no pretende ser una caprichosa postal clasista, le daba clima a la jornada con Wu-Tang Clan.

Espesor y pertenencia a una espera, la de los fans del hip hop menos convencional, que acaso llevaban más de un cuarto de siglo de espera desde el apogeo de este colectivo formado en Staten Island (Nueva York), allá por los años ‘90.

La pandemia, también, había demorado una primera visita programada para 2020. que recién se pudo consumar en la noche del jueves pasado.

Wu-Tang Clan, con Ghostface Killah, Rza, Raekwon, U-God, Inspectah Deck, Masta Killa y Cappadona. Foto. Martin Bonetto.

El arte y la calle, en armonía

Desde su conformación, decíamos, el Wu-Tang Clan se situó al costado de los subgéneros imperantes del hip hop, que por entonces estaba atravesando su período clásico. No eran la potente bocina sonora de Public Enemy. ni suscribían al florido y musicalmente colorido ámbito donde se movían De La Soul y A Tribe Called Quest ni emulaban los modos cafishos y sórdidos del gangsta rap de N.W.A y Snoop Dogg.

Wu-Tang Clan, con siete samuráis del hip hop en el escenario. Foto. Martin Bonetto.

El personalismo de los Wu-Tang Clan pasaba (pasa) por asumirse como un proyecto donde la puja entre el arte y la calle conviven en armonía. Los samplers y el dictado de credibilidad + la mística de presentarse como un bloque de MC’s capaces de alternarse a la usanza de los antiguos canillitas, todos imbuidos en una imaginería de películas de artes marciales de clase B (que aquí también utilizaban los Illya Kuryaki hacia su tercer y definitivo disco, Chaco, de 1995) los consagraron como una suerte de revolución.

Previo al desfile de cada uno de los raperos (siete siluetas, siete voces, siete proclamas, siete estados de la mente), una banda orgánica de batería, bajo, guitarra copó el escenario y fue zapando casi como si fuera una prueba de sonido más que como elemento distractivo. Su injerencia se iría disipando a medida que aparecieran pistas, samplers y las estrellas de la noche, los siete samurais de las rimas y proclamas.

Ghostface Killah, Rza (también productor, y gestor de la inquietante banda sonora de El camino del samurai, de Jim Jarmusch), Raekwon (que ya había visitado el país como unidad), U-God, Inspectah Deck, Masta Killa y Cappadona es la alineación que propusieron en este debut porteño.

Wu-Tang Clan recordó al fallecido Ol’Dirty Bastard desde las pantallas del Luna Park . Foto. Martin Bonetto.

Ausentes, no tan “sin aviso”, dos fundamentales de la crew: Method Man y GZA. Inevitable, Ol’ Dirty Bastard, fallecido en 2004, a quien no dejan de citar y homenajear en una pantalla donde además no dejaron de circular los videos originales de los temas que se iban sucediendo.

Un show contundente

Menos de una hora y media les bastó para ser contundentes y devolver las expectativas a un público que reconocía a cada uno de ellos como una entidad. Y, de hecho, algunos de ellos colaron creaciones publicadas en discos solistas.

Fuera de eso, no faltaron algunos clásicos de su edad de oro, como Da Mistery of Chessboxin’, su himno C.R.E.A.M (acrónimo de “Cash Rules Everything Around Me”, o “El dinero rige todo lo que me rodea”) y en un show que fue de menor a mayor, cerraron con un homenaje-cita a Smells Like Teen Spirit de Nirvana, bajándole la cortina así a un show contundente y, el tiempo es tan veloz como feroz, retro.

MFB

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